Culebrilla desmitificada



La culebrilla se cura con rezos y baños de chinchamochina. Esta enfermedad es un sarpullido en la piel, formado por una secuencia de puntos en forma de pequeña culebra. De ahí su nombre. Se trata de una creencia popular predominante desde hace dos o tres generaciones atrás, y cuya leyenda es transmitida de forma oral. Usted que lee estas líneas, seguramente, puede confirmar lo que digo.

Por Manuel Palma

La superstición (o el miedo) indica que no se debe permitir que la culebrilla se extienda y toque sus dos puntas (cabeza y cola). Es mortal. Nadie se salva para contarlo.

Por eso es que a Rosa, de 82 años, cuando le salió una culebrilla en la cabeza que le cruzaba el ojo derecho, todos sin excepción en el edificio donde vive, recomendaron enviarla con una rezandera, pues el mito sostiene que los médicos no pueden con esa enfermedad causada por el poder irrebatible del mal ojo.

Sin embargo, desafiando lo que dicen de la temida culebrilla, Elvira, la sobrina de Rosa, la llevó a consulta médica. Fue ahí cuando empezó la desmitificación de la culebrilla.

A la anciana le diagnosticaron herpes zóster, una enfermedad común que, según explica la médica, es la reactivación del mismo virus de la lechina que alguna vez sufrió Rosa cuando era niña.

Lo que se cree que es causado por el inverificable mal del ojo, no es verdad. Después de que a una persona le da lechina, el virus no se va del organismo, continuó explicando la médica. El virus permanece inactivo en el tejido nervioso de la médula espinal.

Y años más tarde puede manifestarse de nuevo a causa de estrés crónico o defensas bajas en el cuerpo.


Por tanto, toda persona que sufrió de lechina le puede dar herpes zóster, con mayor propensión en la tercera edad. Eso explica que a muchos les salga culebrilla (herpes zóster), pues es el regreso de la lechina que alguna vez padecieron en la infancia. No se manifiesta con el sarpullido de la primera vez, regresa como puntos que popularmente suelen llamarle culebrilla.

Cuando Elvira le explicó a todos en el edificio qué era lo tenía su tía Rosa, todos la vieron con recelo, y se resignaron a esperar lo peor: que la culebrilla tocara sus dos puntas y, lamentablemente, este fuera el final de Rosa.

Eso a veces depende de la intensidad del mal de ojo que le echaron, se le escuchó a alguien murmurar, todavía incrédulo de la explicación científica.

Hoy Rosa está felizmente curada y sin culebrilla, tras recibir el tratamiento recetado por la doctora: pastillas, cremas y mucho reposo. Aunque nunca se le rezó, la culebrilla jamás tocó sus puntas. Es algo que sus vecinas aún no entienden. ¿Qué pudo haber pasado? se pregunta para sus adentros la rezandera oficial del edificio, la misma que hace décadas curó de la lechina a todos los hijos (hoy adultos) de la comunidad.

Esto pudiera ser una historia ficticia, pero pasó hace poco en la Caracas de hoy; una ciudad donde hoy converge una generación que aún cree en el mal de ojos y las culebrillas hechiceras, y otra generación más joven que demuestra que no basta rezar, que hacen faltan muchas cosas para acercarse a la verdad envuelta por viejas supersticiones y falsas creencias.



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